El siglo XXI
no es ninguna rosa que floreció en medio del desierto Sahara para los
sentimientos humanos. Es la espina de aquella rosa que crece en el Jardín
Keukenhof en donde todo es sistemático, todo tiene un plan, donde se rompen
muros para ser excepcionalmente mejor que el mejor, donde el amanecer y el
anochecer son los jueces de un mejor mañana y donde entre la felicidad y la
depresión hay un hilo de araña que define tu próximo paso a dar. Vivimos en un
siglo en el cual es sabido que hay olas de fuego y viento entre la pobreza y la
riqueza. O elijes levantarte o elijes seguir cayendo.
Los jóvenes,
los partícipes de este siglo en el escenario de la competitividad, nacen para
dar ese paso clave para ser la próxima celebridad y exponer todo su potencial.
Jóvenes que pelean contra si mismos por "encontrarse" cómo si les
hubieran amputado una pierna para jugarles una búsqueda del tesoro.
Si estos
jóvenes no pelearían por encontrarse a sí mismos la vida no sería una fiesta
inmersa en el éxtasis. Si no pelearían para convertir este mundo en algo mejor
el dinero, la fama y la fortuna nunca dejaran de competir.
Sin importar
la generación que seas podes ser la X, Y, Z o las que vengan, una y cada una de
las personas que hacen algo para un mejor mañana son rosas en el Sahara.